Las penas no tienen nombre (LA AUTOPSIA DE JANE DOE)

Nos da miedo lo que no entendemos, lo que nos vulnera. Y aunque eso nos hace avanzar, preferimos quemar lo que nos aterra, aunque sea inocente, aunque no sea mala. Aunque sólo exista.

John Doe y Jane Doe son los nombres que se les da a quienes no lo tienen. Sólo se nombra a lo que existe, y sólo existe lo que se puede nombrar. La forma de referirnos a algo o alguien importa porque eso forma parte del entendimiento de esa persona o cosa. Es por eso que en este caso es importante nombrar a la película así.

La Autopsia de Jane Doe, no es La Morgue. La traducción al nombre de Latinoamérica es desacertada, porque al final uno de los temas de la película tiene que ver con la generalidad. Jane Doe no es el nombre de una persona sino de lo desconocido. Aquello que es imposible de explicar pero existe de todos modos.

Más que una película de terror es una intriga sobrenatural. André Øvredal comete todos los pecados de la cinta. Los jumpscares innecesarios que sólo sirven para hacer reír al espectador cuando se da cuenta de que el susto ni siquiera tiene que ver con la trama, y la explicación del final. 

Por lo demás, el concepto de la cinta es más complejo. Los personajes centrales, el dueño de la morgue y su hijo, tienen historias de fondo que se desarrollan con poco material de soporte. El señor perdió a su esposa dos años atrás y el hijo quiere escapar de ahí porque no quiere dedicarse a hacer autopsias toda la vida.

No se sabe otra cosa que eso. Todo es incertidumbre; sin embargo, es muy claro que tienen un apego entre sí. El hijo tendrá que decirle a su padre que en el futuro cercano se irá de ahí para vivir con la novia a la que le gusta asustar enseñándole los cadáveres de los refrigeradores.

Hay una sensación de casualidad que se compensa con la idea de un ser maligno superior cuyo nombre se desconoce. Al principio el antagonista es un presunto criminal que torturó a una mujer de formas inhumanas e imposibles. Ella es la víctima de un ser anónimo. Con el tiempo, las dudas se compensan.

Hay un elemento sobrenatural que está moviendo los hilos de la trama. La primera hora de metraje es un compilado de datos que alimentan la intriga, se entiende eventualmente que hay algo demoníaco, espiritual o mágico que no encaja con los dogmas de los personajes, pero ellos están a prueba constantemente.

La mujer de los ojos grises es un elemento narrativo que materializa las convicciones e intenciones del padre, interpretado por Brian Cox. Al final, quien más pierde es su hijo, y cumple las expectativas de su papá. Este personaje completa su arco en medida de que se ve mortificado por el ente sobrenatural.

La tormenta no sucede nunca, al final la radio explica que hubo un día soleado y por lo tanto ningún árbol bloqueó la entrada. Ese es el símbolo de dos posibles interpretaciones, o el padre es quien añora que su hijo se quede o es el hijo quien cree que debe quedarse y se cierra las puertas por el bien del viejo.

El personaje de Emile Hirsch ve que su novia, la que se lo llevará de ahí, es asesinada por su propio padre. Justo lo que necesitaba para quedarse. ¿Quién lo deseaba así? La mujer de los ojos grises es un impulso para que se desapeguen. El gato es lo único que anclaba al señor del recuerdo de su esposa y Emma era un nuevo apego.

No es un villano, al revés. Ella generalmente provoca que los personajes, así como la trama, avancen. A pesar de que finalmente se revele como una bruja, ella nunca es villanizada por nadie. Ni por el guión de Ian B. Goldberg y Richard Naing, ni por los personajes.

Desde el principio condenan todo lo que le sucedió a Jane Doe, no entienden cómo alguien podría ser tan inhumano con una persona. No se preguntan si esa tortura pudo ser un desahogo sexual, porque no son judiciales. Son personas, y como tal ven a Jane Doe, como un humano. Como una mujer que de ninguna forma merecía lo que le sucedió.

Ella, aún muerta, se defiende. Porque desde 1693 se defendió de quienes la atacaron. La volvieron hostil, no está tratando de lastimar a nadie por decisión propia sino por inercia de los pecados a los que fue sometida. Le llamaron bruja y trataron de eliminarla, por cualquier medio. Los animales la trataron como bruja. Por ignorantes.

Los dos personajes se esmeran en entender qué carajo le pasó, ya sea porque ese es su trabajo. El clímax se resuelva cuando uno de los dos entiende y empatiza con la mujer en la plancha. El mensaje del tema es que escuchar resolverá los problemas de los personajes. Y de paso, se habrán completado a sí mismos.

Ella es la heroína de la historia. Por su obra y causa el hijo demuestra que puede resolver un caso, y por su intervención el padre se puede redimir frente a su hijo. Eso termina matándolos, pero los libera. Ella no es la antagonista, es quien hace que todo suceda. 

Cuando alguien le muestra humanidad sus ojos cambian de color. Sus ojos son un elemento visual clave en la película. Cada vez que descubren algo de ella hay un close-up a sus ojos por parte de Roman Osin, sin ninguna sensación ni expresión. Ella tiene personalidad, está destrozada y actúa en defensa propia. 

“No quiere que descubramos algo”, dice el hijo. Porque si descubren que es bruja, la van a querer quemar, y efectivamente, eso sucede. Aún sin malas intenciones, es imposible confiar en ellos. No hay manera, murieron por el peso de sus pecados pasados y cobraron la vida de otra mujer, una que confió en ellos.

Por eso la mujer de la plancha no tiene nombre, porque no es un caso individual. Lo inexplicable debe morir, eso fue lo que le pasó a las brujas de Salem. El poder femenino incomprensible se volvió peligroso porque vulneró una posición de privilegio, y murieron por su ignorancia.

Estos personajes murieron por ignorantes, y para cuando aprendieron ya habían cometido todos sus errores. Jane Doe no era un monstruo, era una mujer y ya. Sin nombre. Como las 9 mujeres que llegan a la morgue con esas mismas marcas, sin identificación ni justicia. Quemadas y ya.

Disponible en Amazon Prime Video.

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